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sábado, 7 de marzo de 2009

La Moneda Elegida

EFECTO

En un plato o bandeja, el mago recibe varias monedas que entrega el público. Luego un espectador toma una moneda del plato y le hace una marca reconocible, a gusto y la mantiene en su mano empuñada, de modo que nadie vea la marca. Enseguida el mago pide prestado un pañuelo de bolsillo y tomándolo por sus cuatro puntas en una mano, confecciona una improvisada bolsa. El mago explica que hasta ese momento nadie sabe el valor de la moneda elegida y menos la marca de la misma y su propósito es encontrarla entre las demás una vez que el espectador meta la moneda en la bolsa de pañuelo y mezcle concienzudamente todas las monedas. Para lo que el mago invita al espectador a meter su mano, aún cerrada dentro de la bolsa y que deje caer allí la moneda y luego las mezcle revolviéndolas. Una vez revueltas las monedas, el mago mete su mano dentro de la bolsa sin ver, y a los pocos segundos retira una moneda, para sorpresa de todos es la moneda que está marcada, la hace ver por el espectador que la eligió y él confirma que esa es la moneda que él tomó y marco.

SECRETO

Necesitarás un pañuelo de bolsillo, que puedes pedir prestado a los espectadores.

Ademas, aproximadamente 15 monedas, pueden ser iguales o de distintos valores y tamaños.

Por último, consigue una bandeja o un plato de loza, y un plumón o marcador permanente.

El secreto es sumamente simple y no requiere una mayor explicación. Mientras el espectador mantiene en su mano la moneda, la calienta a la temperatura de su cuerpo y mientras tanto las demás monedas sobre la bandeja o plato, se enfrían y toman la temperatura del recipiente, la que siempre es bastante menor que la corporal. Entonces al meter tu mano dentro del pañuelo, despues que el espectador ha revuelto las monedas, solo tienes que buscar la que al tacto te resulte más caliente

Por otro lado si quieres asegurarte que no hayan dudas respecto a la moneda elegida y posteriormente descubierta, pide al espectador que la marque (aquí es donde necesitarás el plumón o marcador), luego que muestre a sus amigos cercanos su marca y la mantenga oculta...

Es importante que tengas una buena cantidad de monedas, para no arriesgarte a que los espectadores te digan que no llevan monedas en sus bolsillos. La otra ventaja de usar tus propias monedas es que han tenido tiempo suficiente para emparejar su temperatura mientras esperan su turno sobre el plato.

A pesar que el truco es muy sencillo, la impresión que recibe tu público es grande. Nadie es capaz de darse cuenta que todo se debe a la diferencia de temperaturas de las monedas.

Fuente: www.trucosdemagia.com

Historia verídica

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
FIN
Julio Cortázar, argentino.

Al pie de la letra

Era, en 1835, el general Salaverry jefe supremo de la nación peruana y entusiasta admirador de la bizarría de Paiva. Cuando Salaverry ascendió a teniente era ya Paiva capitán. Hablándose tú por tú, y elevado aquél al mando de la República no consintió en que el lancero le diese ceremonioso tratamiento.

Paiva era ya su hombre de confianza para toda comisión de peligro. Salaverry estaba convencido de que su camarada se dejaría matar mil veces antes de hacerse reo de una cobardía.

Una tarde llamó Salaverry a Paiva, y le dijo:
_ Mira, en tal parte es casi seguro que encontrarás a don Fulano y me lo traes preso; pero si por casualidad no lo encuentras allí allana su casa.

Tres horas más tarde regresó el capitán y dijo al jefe supremo:

_La orden queda cumplida en toda regla. No encontré a ese sujeto donde me dijiste; pero su casa las deje tan llana como la palma de mano y se puede sembrar sal sobre el terreno. No hay pared en pie.

Al lancero se le había ordenado allanar la casa, y como él no entendía de dibujos ni de floreos lingüísticos, cumplió al pie de la letra.

Salaverry, para esconder la risa que le retozaba, volvió la espalda, murmurando:

_ ¡Pedazo de bruto!

Tenía Salaverry por asistente un soldado conocido por el apodo de Cuculí, regular rapista a cuya navaja fiaba su barba el general.

Cuculí era un mozo limeño, nacido en el mismo barrio y el mismo año que don Felipe Santiago. Juntos habían mataperreado en la infancia, y el presidente abrigaba por él casi fraternal cariño.

Cuculí era un tuno completo. No sabía leer, pero sabía hacer las hablara a las cuerdas de una guitarra, bailar zamacueca, empinar el codo, acarretear los dados y darse de puñaladas con cualquiera que le disputase favores de una pelandusca. Abusando del afecto de Salaverry, cometía barrabasada y media. Llegaban las quejas al presidente, y éste unas veces enviaba su barberillo arrestado a un cuartel, o lo plantaba en cepo de ballesteros, o le arrimaba un pie de paliza.

_Mira, canalla- le dijo un día don Felipe, de repente se me acaba la paciencia, se me calienta la chicha y te fusilo sin misericordia.

El asistente levantaba los hombros, como quien dice: “¿Y a mi qué me cuenta usted?” Sufría el castigo, y rebelde a toda enmienda, volvía a las andadas.

Gorda muy gorda debió de ser la queja que contra Cuculí le dieron una noche a Salaverry, porque dirigiéndose a Paiva, dijo:

_Llévate ahora mismo a este bribón al cuartel de Granaderos, y fusílalo entre dos luces.

Media hora después regresaba el capitán, y decía su general:

_Ya esta cumpilda la orden.

_ ¡Bien!- contestó, lacónicamente, el jefe supremo.

_ ¡Pobre muchacho!- continuó Paiva- Lo fusile entre dos faroles.

Para Salaverry, como para mis lectores, entre dos luces significaba al rayar el alba. Metáfora usual y corriente. Pero… ¿Venirle con metaforitas a Paiva?

Salaverry que no se había propuesto sino atemorizar a su asistente y enviar la orden de indulto una hora antes de que rayase la aurora, volvió la espalda para disimular una lágrima murmurando otra vez.

-¡Pedazo de bruto!

Desde este día quedó escarmentado Salaverry para no dar Paiva encargo o comisión alguna. El hombre no entendía de acepción figurada en la frase. Había que ponerle los puntos sobre las íes.


Ricardo Palma, peruano.

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